domingo, 27 de diciembre de 2009

Ponencia: La estética teatral al servicio del mensaje

Ponencia presentada en el 1er Foro "Directores que dialogan con directores", organizado por la Universidad Nacional Experimental de las Artes UNEARTE.

Fecha: 16 de diciembre de 2009.

Autores: Jaime Feliu Cervi y Orlando Alfonzo

La estética teatral al servicio del mensaje

Aclaratoria necesaria: las definiciones y descripciones que realizamos en esta propuesta en torno a la estética teatral, responden a reflexiones logradas en un proceso de formación empírica, donde la experiencia sobre el escenario, el constante asumir de riesgos y la necesidad creativa de explorar nuevas alternativas, se han impuesto sobre el aprendizaje de aula o académico

Desde el primer encuentro que tenemos con un texto, nuestros prejuicios, ideologías, creencias, experiencias previas, temores y orgullos se apoderan de las palabras del dramaturgo y de inmediato sabemos si hay química entre la obra y nosotros.

Puede ocurrir que con sólo leer el título y la descripción de los personajes, adelantemos una sensación de empatía con esa historia que aún no leemos o por el contrario generemos un rechazo que no nos permita pasar de la primera escena.

En un caso u otro, nuestras reacciones surgen porque, como directores, comenzamos a imaginar el espacio escénico, los personajes, el vestuario, la iluminación. Como ocurre en las relaciones humanas, el amor por la obra también entra por los ojos.

En este precoz proceso creativo comienza el esbozo estético del montaje que, en el caso ideal, nos motiva a continuar la lectura y profundizar poco a poco en la historia, en el argumento. Seguramente al dar el segundo paso e involucrarnos con las necesidades de los personajes, el conflicto de cada escena y la esencia narrativa, esa primera concepción estética irá cambiando, definiéndose mejor.

Con este preludio no pretendemos invitar a una discusión ya gastada sobre ¿qué es más importante, la forma o el fondo? Por el contrario, sugerimos entender su relación simbiótica para poder discernir entre la caducidad y el vanguardismo de los conceptos estéticos en el teatro de hoy.

En este diálogo entre directores se han planteado los temas como “ruptura de entendidos”. Si existe un entendido irrompible es que la puesta en escena debe orientarse hacia un objetivo claro. Ese objetivo, se trate de teatro clásico o del absurdo, es lograr transmitir un mensaje y que llegue a la mayor cantidad de personas.

El dramaturgo tiene un mensaje que decir, el director uno que divulgar y el actor uno que gritar. Lo importante es que efectivamente lleguen al público.

Aquí es cuando definir una estética cobra sentido. El diseño de escenografía, maquillaje, vestuario e iluminación; los materiales para su elaboración, la paleta de colores utilizada, la ambientación musical y la planta de movimiento, deben contribuir a que nuestro mensaje llegue al espectador.

Más aún, cada uno de estos elementos puede pensarse para que transmita una parte del mensaje, de modo que la responsabilidad no recaiga sólo en el texto y la actuación, aunque siempre deban ser estos los puntos focales de la obra.

No se trata de que los elementos estéticos distraigan o roben la atención del público hacia el trabajo actoral, se trata de que todo cuanto exista en la escena comunique algo. Estamos en una época donde la tecnología y lo multimedia nos ofrece un mismo contenido en todos los formatos que podemos decodificar. Texto, voz, video y fotos se conjugan en nuestros teléfonos celulares para reforzar desde cada uno de esos medios el mismo mensaje, y nos acostumbramos a esa invasión de los sentidos.

El teatro, comprendido como un medio de comunicación que entretiene, educa, informa y critica, debe adaptarse a estas nuevas formas de comunicación. Los elementos que conforman la estética de un montaje, son las mejores herramientas que posee un director para invadir los sentidos de los espectadores.

A partir de este criterio nos atreveríamos a definir como estéticas caducas aquellas que están descontextualizadas mediática y semánticamente. Es decir, escenografías, maquillajes, luces, vestuarios, lenguaje, formas textuales (versos, prosas, etc.), poco adecuados para que el público capture el mensaje; una combinación de elementos con la cuál el espectador no logre vincularse.

Presentar hoy la Vida es sueño de Calderón de la Barca o Bodas de Sangre de García Lorca, manteniendo los textos en verso, puede hacerse, ¿por qué no?, pero requiere seleccionar y combinar muy bien el resto de los elementos estéticos para complementar en su justa medida el trabajo actoral y mantener de principio a fin la atención del público.

No afirmamos que no se puedan montar las obras clásicas o que necesariamente deban adaptarse las historias al 2009, pero sí que deben seleccionarse los medios adecuados y adaptarse los significados a la realidad del espectador, para que efectivamente su experiencia teatral sea enriquecedora.

Tampoco se trata de subestimar al público, ese es otro entendido que no debe romperse. Se trata de permitirle aprehender la esencia de nuestros mensajes y de las historias narradas en escena.

En este sentido, consideramos estéticas de vanguardia aquellas que adaptan la obra a la realidad del público, a su imaginario colectivo y a sus formas expresivas, para hacer el mensaje más accesible sin llegar a subestimar. Son, en nuestro criterio, aquellas estéticas que hacen mano de escenografía, maquillaje, vestuario, iluminación, música y planta de movimiento contextualizados, para reforzar el mensaje.

En junio y diciembre de 2009 presentamos con Horus Teatro la obra Demetrius, del dramaturgo mexicano Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio. El texto original está escrito en prosa sin diálogos, una narración. Desde el principio sufrió cambios, fue adaptado para generar los diálogos de cada personaje.

Lejos de ser un inconveniente, lo asumimos como una libertad que debíamos aprovechar. La narración cruda, sin indicaciones hacia la dirección, permitía jugar con los elementos y enriquecer la intención del autor de contar la dramática historia de un personaje burlado, rechazado y sin suerte, en clave de humor negro.

Desde la dirección general se imaginó todo como una caricatura. Se tomó la decisión de presentarles la historia al público como una farsa, una ficción que en el fondo reflejaría una realidad con la que el público se tendría que identificar, así respondiera al drama con risas.

Por eso se decidió que en lugar de escenografía se utilizarán elementos de utilería hechos en cartón y decorados como un dibujo animado. Estos elementos entraban y salían de escena en la medida en que la obra avanzaba y eran movilizados por asistentes de escena reales, seres humanos que metafóricamente iban pintando lo que ocurría, sin llamar demasiado la atención.

De igual manera se creó la figura de un narrador, otro ser humano que se dirigiera directamente al público, consciente de su existencia en las butacas, sin cuarta pared. Este personaje significaría la conexión entre la realidad y la ficción de la historia.

Para reforzar el mensaje de la farsa y hacerle pensar al público que lo que le ocurría a Demetrius era un chiste, se maquilló a los actores tratando de emular a personajes esbozados, dibujados. Líneas guía negras y sombras de colores enmarcaban el rostro de todos, excepto el narrador que, aparentemente, era el único real.

Por la ausencia de escenografía, las luces enmarcaban los espacios para desarrollar cada escena, con colores e intensidades que reforzaran la emocionalidad del momento o sencillamente destacaran al personaje.

Esta aventura escénica, por que eso significó para nosotros, utilizó una estética que consideramos vanguardista.

Ahora bien, caduco no es el antagónico de vanguardista. Si una propuesta estética es convencional, en consecuencia no es de vanguardia; pero no tiene que ser caduca.

Entendemos por estética convencional no caduca, aquella que no necesariamente propone una adaptación del texto, pero sí contextualiza el montaje de forma que el mensaje llegue al público. Aquí tiene cabida aquellas obras de contexto histórico contemporáneo, relativamente actuales, cuyo ambiente, personajes etc., no requieren una adaptación o el uso de elementos estéticos recargados que refuercen el mensaje; son aquellas que plantean lo justo y necesario para contar la historia.

Entre las obras que presentamos en 2009 se encuentra Bar Esperanza. Es un texto escrito por Jaime Feliu Cervi a partir de monólogos escritos por cada actor. Este montaje manejó una estética realista, sin artilugios escenográficos que expresaran algo más allá del estado en deterioro del bar. La música seleccionada respondía al gusto musical del barman, personaje que en la historia era dueño del local. El maquillaje era básico, con excepción del utilizado para un personaje anciano. De igual forma, el vestuario respondía a la personalidad de cada personaje.

Cabe destacar que en este caso el texto ya planteaba lo que el director quería decir, no hizo falta adaptación ninguna. El autor y el director, eran la misma persona.

Consideramos que esta propuesta responde al calificativo convencional. Sólo era necesario la ambientación básica y el trabajo actoral para transmitir el mensaje.

Ahora bien, una vez enamorados de la obra, no es necesario casarse con elementos estéticos que respondan sólo a una de estas clasificaciones. El teatro aplaude la poligamia creativa siempre y cuando el objetivo se cumpla. Consideramos que pueden plantearse montajes que combinen elementos estéticos convencionales con vanguardistas.

Eso exploramos con la puesta en escena de La Malasangre, guión de la dramaturga argentina Griselda Gambaro. Esta obra está inspirada en la dictadura de Juan Manuel de Rosas en Argentina, a mediados del siglo XIX. El reto que planteó el texto en este caso, fue montarlo respetando la propuesta de la autora, quien sugería no sólo esta época sino que todos los elementos que ocuparan un lugar en la escena, desde la escenografía hasta el vestuario, se coloreara en tonos de rojo (esto hizo mayor el reto en un país tan polarizado políticamente como el nuestro y hablando de la represión ejercida por una figura de autoridad).

La puesta en escena tuvo elementos estéticos convencionales en tanto se respetó la época y el realismo de la historia. Con la escenografía y el vestuario se buscó, reproducir los hábitos y estilos de una familia de clase alta de la época.

Sin embargo, también se introdujeron elementos vanguardistas que reforzaran el mensaje opresor. En este caso se le dio protagonismo a la casa a través de altos ventanales que emulaban ojos observadores. La mansión que los encerraba era un personaje más.

El elemento estético clave fue la iluminación. Las ventanas se iluminaban con colores e intensidades de acuerdo a la hora del día en que ocurrían las escenas, y se incendiaban de rojo cuando la opresión del padre sobre los protagonistas era más cruel. Se quiso lograr que en los momentos en que Rafael y Dolores (protagonistas) se expresaban su amor a escondidas del padre, fuese la propia casa quien los vigilara.

De esta manera intentamos combinar elementos estéticos convencionales con elementos vanguardistas.

Conclusiones

Tratar de calificar como buena o mala, correcta o incorrecta, aplaudible o reprochable, una estética teatral u otra, sin detenerse ante cada montaje y tratar de entenderlo a partir del mensaje implícito en el texto y el que desea transmitir el director, es una conducta crítica pero estéril.

Todas las propuestas estéticas son válidas, no por ser convencionales estamos desactualizados, ni por ser vanguardistas somos los que imponemos la verdad sobre las tablas.

Lo importante es que estemos enamorados del texto, que tengamos un mensaje que decir a través la obra y que seamos fieles a nuestra necesidad creativa e imaginación, sin necesariamente casarnos con una tendencia que, lejos de identificarnos ante la comunidad teatral como directores con un estilo bien definido, nos limitemos a explorar y tomar riesgos.